Friday, June 02, 2006

Una reseña en la revista de pensamiento Pliegos de Yuste escrita por Domingo Hernández sobre el libro de Félix Duque "Terror tras la postmodernidad"

La pérdida del dolor

Félix DUQUE: Terror tras la postmodernidad .Madrid, Abada, 2004.

El Félix Duque de sus últimos libros, y especialmente el de los dos de Abada, Contra el humanismo (2003) y el que ahora nos ocupa, es distinto de los Félix Duque anteriores. No se trata de los temas, por supuesto, sino del tono, del modo de afirmar. Parece como si todo lo hecho antes le permitiese decir las cosas más taxativamente, como si su pensamiento y su discurso fuesen más rápidos, más fluidos, sin perder un ápice de su habitual profundidad. Quizá nos lo parezca a los que venimos leyendo los libros de Duque desde hace tiempo, pero el caso es que sus últimos escritos son (todavía) más políticamente incorrectos. Seguramente sea eso lo que los haga tan apasionantes, en especial si se tiene en cuenta que a esa característica ha de sumársele algo mucho más importante: su necesidad. Tanto Contra el humanismo como Te r r o r tras la postmodernidad —que, en mi opinión, han de leerse unidos— son libros necesarios, valientes, y no sólo por lo que dicen, sino también, sobre todo, por el momento en que lo hacen.
El terror del que habla Duque, siempre en el plano artístico, aparece definido «como el sentimiento angustioso surgido de la combinación, inesperada y súbita, de lo sublime y lo siniestro» (15). Actuando a modo de cortocircuito, el terror impide toda domesticación, remite a lo inhóspito, a lo inhumano y ajeno. Se trata, por tanto, de un sentimiento que muestra lo más íntimo, lo más propio del individuo al situarlo frente a un otro completamente otro. Tal carácter es, precisamente, el que impide la conversión del terror en una simple representación horrorosa del dolor.
En efecto, el terror tiene como principal adversario al horror, un sucedáneo típicamente postmoderno dominado por las repetitivas alusiones a lo abyecto en forma de vómitos, excrementos y todo tipo de sanguinolencias. Banalización del tema que, sin embargo, no tiene su mayor peligro en una pretenciosa y, en el fondo, falsa, presentación de lo real. El problema se encuentra en que tal cúmulo de horrores en el arte y la cultura «obtura la representación del terror» (36). Y ésta es la clave en la investigación de Duque, clave que se articula en múltiples interrogantes: ¿cómo remontar el horror?, ¿cómo evitar la inhibición, la anestesia del dolor?, ¿cómo impedir la falsa inocencia, cómo el enmudecimiento artístico ante el terror?
Ante estas cuestiones, el libro de Duque se transforma. Desde lo que parecía una lúcida crítica a algunos ejemplos de horror postmoderno (Robert Gober, Ni ki de SaintPhalle, Cindy Sherman) en comparación con expresiones genuinas del terror (Gerhard Richter, Marina Abramovich), o una desenmascaradora lectura de propuestas supuestamente revolucionarias (Debord, Hakim Bey), se accede a un ámbito que supera el artístico. Que el arte haya «enmudecido ante el terror» (101), el terror de los atentados del 11-S o del 11-M, no sólo minimiza la fecundidad estética del horror postmoderno. Casi podría afirmarse que eso es lo de menos, pues la conversión artística del terror en facilona, ingenua representación del horror, es índice de algo mucho más serio: la anestesia global, la inhibición total del dolor y la reflexión sobre él, la aparición constante de modelos analgésicos.
«Actualmente es difícil sentir físicamente el dolor: siempre hay a mano analgésicos o anestesia. Bien está. Pero inhibir el dolor es inhibir la memoria de la colectividad humana, algo así como pretender evitar el envejecimiento mediante una languidez programada de la existencia» (82), afirma Duque. Y es esa cultura del desenfado, de la inhibición y la pantalla, la que recae en el peligroso sentimentalismo contemporáneo. Táctica de inocencia, «ética de los falsos consuelos» (106) que nos tranquiliza a todos mediante múltiples estrategias humanitarias y que tienen siempre la misma intención: negar al otro como otro y convertirlo en imagen, nuestra imagen. Es el momento en el que «el dolor del otro se ha hecho incomprensible» (104), precisamente porque de eso se trata, de evitar por todos los medios que se comprenda.
Las páginas finales del libro de Duque, en general el último capítulo («Buscando un modo de convivir en Nueva Babel»), se convierten así en un desmenuzamiento doloroso de las sociedades y culturas contemporáneas, doloroso precisamente por mostrarnos, por lanzarnos a la cara los peligros de la transformación del terror en horror y la consiguiente política de la inhibición. Y esos peligros no son baladíes, pues lo que está en juego es la desaparición de una comunidad real al esconder la presencia de otros verdaderamente otros, distintos, diferentes. Duque pone el dedo en la llaga una y otra vez al desnudar sin piedad las estrategias tranquilizadoras que nos rodean. Tal es la mayor aportación del texto: decir lo que habitualmente no nos atrevemos a reconocer, desenmascarar una a una esas «retóricas de la simulación» (106) que nos mantienen tan sosegados, y hacerlo, precisamente, aceptando que no es algo agradable. Por eso decía más arriba que Terror tras la postmodernidad es un libro políticamente incorrecto, pero también completamente necesario, sobre todo por su valentía.

Domingo Hernández Sánchez.

Pliegos de Yuste ISSN: 1697-0152
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